Luis Alberto

Sunday, April 08, 2007

OTRA VEZ EN NEUQUEN



Siempre me dije ante determinadas actitudes sociales o individuales que somos los reyes de la excusa. Los argentinos, digo. Alguien o algo siempre conspiró, actuó, se interpuso o hizo lo necesario para que mi tarea o misión no pueda cumplirse. Y como este esquema puede ser aplicado a distintas disciplinas, porqué no aplicarlo a la pesca…

A las pruebas me remito: en nuestra reciente semana de pesca en Neuquén a principios de marzo, el GPS de nuestro compañero de ruta Gabriel –recién estrenado para estas lides- nos marcaba en su sección ‘Caza y pesca’ un pronóstico para el día: POBRE. Ante tamaña e inequívoca definición de la tecnología satelital no pudimos más que rendirnos: la excusa era entonces casi imbatible. Científicos que pusieron en órbita un conjunto de satélites no podría equivocarse y un grupo de pescadores munidos de su instinto, su conocimiento de las tablas lunares (había luna llena, si quieren agregar a la lista) y su poca o mucha experiencia nada podía hacer al respecto.

Dicho esto, vamos a los hechos…

El viaje comenzó con muy poca organización previa, esa que nos gusta hacer para ir calentando motores, reuniéndonos con los planos y revistas con notas de la zona elegida. Esta vez no hubo nada de eso y, sobre la marcha, fuimos armando las opciones. Como de costumbre, fuimos en una camioneta 4x4 que nos permite aventurarnos por algunos lugares no tan accesibles, y el primer destino fue un lugar bien conocido: el lago Filo Hua Hum. Llegamos a la tarde y luego de armar las carpas fuimos rápido a caminar sus afluentes, el Quieto y el río del mismo nombre. La época del año casi no presentaba ocasionales compañeros de pesca, y recorrimos los ríos y la embocadura con total libertad, tanta que nos permitió caminar varios kilómetros con un resultado en común: nada para comentar, salvo el maravilloso paisaje del valle. El denominador común fue la ausencia de actividad, salvo algunos ejemplares de truchas arco iris de buen porte que se mostraron haciendo caso omiso a las tentadoras ofertas de variadas moscas que ofreció el grupo.

Al día siguiente, se intentó en la cabecera este del lago, recorriendo su hermosa playa y lanzando por sobre el veril, con inexistentes movimientos. Luego de haber dejado atrás un grupo de principiantes extranjeros que estaban tomado clase en la boca, anduvimos el río, donde se obtuvieron las primeras piezas de arco iris de tamaño pequeño (poca cantidad para justificar el plural) El ánimo empezaba a subir para los que pescaron – no era el caso del que suscribe- y se avizoraba un día más movido, que no fue tal finalmente, dado que a los primeros piques y capturas con devolución, siguió un día de intenso ir y venir sin más resultados. En una de las idas y vueltas, me encontré al salir detrás de un tronco cruzado sobre la arena, a metros de un felino (¿gato montés?) de hermoso porte que se acercaba a la playa. Ambos nos quedamos duros e instantáneamente el minino se dio media vuelta y volvió al monte.

A la noche, las cavilaciones sobre la continuidad en el lugar nos condujeron a una decisión consensuada: debíamos buscar nuevos rumbos. Al día siguiente, luego de haber pasado a saludar al amigo Gustavo Cattaneo por su hermosa Cabaña Pilmaiquén en el lago Meliquina, donde vende artesanías, y de hacer unas llamadas de rigor a los hogares desde San Martín de los Andes, decidimos visitar el Collón- Curá accediendo por una ruta no explorada por ninguno de nosotros antes. Según marcaba el GPS, es la ruta provincial 23, de ripio, bastante desmejorada, que en su trayecto dificultoso nos entregó la oportunidad de cruzarnos con hermosos ciervos que cruzaban de un lado a otro de la ruta. Luego de franquear dos tranqueras que tuvimos que cerrar a nuestro paso, y según mencionaba un tradicional cartel que estábamos accediendo a un sitio de pesca, llegamos a una inmensa franja de piedra bocha que antecedía al también inmenso río. Otra vez, el panorama era agradable a la vista turística, pero hostil para el mosquero con ánimos de mayores logros. No había sitios para vadear, casi no había árboles y la cantidad de agua era enorme y caudalosa. Mientras el viento nos castigaba en la caminata a la camioneta, comenzaron las deliberaciones, que terminaron en la decisión de volver a un lugar que en el pasado cercano nos dio satisfacciones: la confluencia del Aluminé y el Malleo.

Allí fuimos entonces. Luego de haber dejado atrás Junín de los Andes y de haber pagado los $5 de acceso a la comunidad mapuche Painefilú, recalamos nuevamente en la casa de Isabel Canuillán y su marido Marcelino Iral, donde armamos nuestras carpas al abrigo del viento de las que fueron sus casas antiguamente, hoy taperas que sirven de depósito y que están al lado de su casa de ladrillos. El conjunto está protegido bajo el oasis que brindan los álamos plantados por la familia. La sorpresa fue encontrar que la comunidad cuenta con un tendido eléctrico nuevo en su totalidad y que dentro de poco las costumbres de estas familias cambiarán apenas estén terminadas las conexiones.

La jornada de pesca arrancó al día siguiente tras una larga caminata bordeando al Aluminé, con la compañía de Pedro, el nieto de nuestros alojadores. Pedro llevó su equipo: una lata de pintura, línea, anzuelo y la carnada, que fueron langostas que iba encontrando bajo las piedras con suma habilidad. Después de haber superado una tormenta fuerte, nos calentamos con leña que había traído la corriente y fue juntada oportunamente por la familia en un recodo del río y almorzamos. La jornada aportó algunas nuevas piezas, pero la actividad era escasa. El hecho que nos llamó la atención fue la temperatura del agua en ese río caudaloso, que era muy templada al punto de no sentir frío al tener una mano sumergida por un tiempo. Ya teníamos otro argumento…

El día siguiente fue el Malleo. Alentados (en algo hay que creer, decía mi nonna…) en el diagnóstico de pronóstico de pesca ‘promedio’ del GPS, recorrimos el hermoso río con ninfas lastradas y sin lastrar, que fueron eficientes y nos proporcionaron varias arco iris. Sin duda, aunque no se pudo decir que fue un gran día, hubo más actividad y muchos toques no concretados que nos mantuvieron más entretenidos.

Ese fue el final de la semana y de esta narración, tan pobre en datos de pesca como la realidad que nos tocó vivir.

Espero que la próxima crónica de pesca no empiece con excusas. Cuando hay hechos, no hacen falta. Hasta la próxima.-

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