Luis Alberto

Sunday, July 31, 2005

DE PESCA EN NEUQUEN - DICIEMBRE 2004

La nota que sigue se publicó en la revista de Caza y Pesca del Buenos Aires Herald que se edita en castellano:

DICIEMBRE 2004-12-19

GIRA DE PESCA EN NEUQUEN

La espera llegó a su fin. Después de aguardar durante todo el invierno, la temporada de pesca en Neuquén se abrió y nos fuimos a calmar las ansias junto con Mario, Fernando y Gabriel en la primera semana de diciembre. Como de costumbre, elegimos ir a un lugar conocido en los primeros tres días de una semana total de viaje, cosa de garantizar un comienzo con lugares y pesqueros ya probados y dejar la segunda etapa a un lugar nuevo, que nos ofrezca la posibilidad de también nuevas experiencias.

El lugar de arranque fue el Lago Curruhué, en el Parque Nacional Lanín, donde paramos en el camping agreste que se encuentra en la cabecera oeste del Curruhué Grande. Allí Toto, el administrador, y su amigo Pipín, nos brindaron la posibilidad de compartir su casa y su salamandra en los aún fríos y lluviosos días de comienzos de mes en la alta montaña. El lugar elegido para el comienzo fue el Lago Carilafquen, más arriba del Curruhué, que fue recorrido sin demasiada actividad, saliendo algunas fontinalis y arco iris de porte pequeño. El Epulafquen nos brindó un momento insólito, fuera de manual: apoyando la mosca en el agua desde un muelle turístico al que recién llegábamos y que no estaba en uso en ese momento, tratando de sacar un nudo que se había formado, una importante y gorda trucha que no pudimos catalogar tomó el engaño, dio un par de vueltas en el aire y la soltó, dejándonos a Gabriel y a mí con la boca abierta y sin poder decir una palabra. La Laguna Verde nos regaló – además de su belleza de playas de arena volcánica negra del volcán Achén Ñiyeu y sus aguas que hacen honor al nombre – algunas esquivas truchas que tomaron ninfas ofrecidas por Fernando.

La noche nos ofreció una comida caliente y la compañía de los dueños de casa y las anécdotas de Moncho, un amigo de Toto que se gana la vida - entre otras maneras - ‘guampeando’, esto es, juntando cornamentas de ciervo en el bosque para luego venderlas en San Martín de los Andes. Les aseguro que hay que tener una vista muy entrenada para ubicarlas en el medio de ese bosque cerrado…

Los dos días siguientes nos ofrecieron uno lluvia y viento y el otro sol y calma. El día de lluvia se repartió entre la cabecera este del Curruhué, de muy difícil acceso por una ladera muy empinada y muy ventosa ya que ahí no hay reparo, y el Curruhué Chico. En el primer lugar la actividad de pesca no fue muy intensa, obligando a castear contra el viento y metiéndose muy dentro del agua por la cercanía del bosque a nuestras espaldas. Fernando se destacó nuevamente sacando tres arco iris con una Wooly Bugger negra, Mario también se llevó la suya, al igual que Gabriel. Después del almuerzo y una mini siesta entre las rocas, se trepó nuevamente la áspera ladera que puso a prueba nuestra condición física. Luego, el Curruhué Chico nos brindó satisfacciones a todos, saliendo marrones (con rabbit verde), arco iris y percas entre los juncos que pueblan la cabecera oeste. Un enorme jabalí nos marcó el camino delante de nuestra camioneta unos cuantos metros en la vuelta, antes de perderse en el bosque.

El día soleado nos invitó a salir con botes de remo que hay en el camping en el Grande. Se probó en distintos sectores desde el bote y después de remar por una hora y media, al fin de cuentas, el mejor lugar resultó ser a escasos metros de la playa del camping, donde saqué mi mejor arco iris con una Wooly Bugger negra y Mario sacó una fontinalis. Fernando y Gabriel, en otro bote, también obtuvieron lo suyo.

Por la mañana, otro animal salvaje visitó el camping: un precioso zorro que fue corrido por Gaucho, el perro del lugar. Nos despedimos de la zona repostando combustible en Junín de los Andes, donde obtuvimos el dato que nos llevó al segundo lugar: la confluencia de los ríos Malleo y Aluminé. Este sitio está enclavado en una de las comunidades mapuche que se encuentran al norte de Junín, de nombre Painefilú. Luego de pagar un derecho de entrada de $5, bordeamos el Malleo tomando contacto con esa realidad geográfico-social tan lejana para gente como nosotros de la gran urbe que es Buenos Aires. Al llegar a la confluencia, seguimos bordeando el camino que corre paralelo al Aluminé hasta llegar a la última casa antes de que el mismo se desvíe y suba hacia la cima de las montañas. Ahí nos quedamos. Fue en la casa de Don Iral Canuillán y su esposa Isabel, que nos cedieron una parcela de su finca para acampar, al lado de un hermoso vivero hecho de forma semicilíndrica, con cañas y plástico transparente bien tensado, una postal común de las casas de los pobladores del lugar.

El río Aluminé nos ofrecía algo muy distinto de lo que vivimos los días anteriores: mucha agua, gran velocidad, poca vegetación y un desafío para poner en práctica la habilidad y la astucia de los pescadores. Los dos más avezados del grupo – Fernando y Gabriel – caminaron en un par de oportunidades hasta un lugar alejado hacia el norte de la casa, una hora y media de travesía, hasta un lugar que bautizaron ‘el pozón de la calavera’, porque había una roca en el lugar que se asemejaba a esa imagen. Una marrón macho de aproximadamente tres kilos se sacó con una Wooly Bugger negra, lastrada, con ojitos y otra de unos dos kilos y medio con una rabbit marrón de cuerpo negro. En una de las veces, Fernando sacó una gran cantidad de truchas con ninfas de distinto tipo, hasta que se ‘cansó’ (metafóricamente hablando, por supuesto…) Mario logró desde la costa una marrón pequeña y dos percas.

Un día combinamos el Malleo con el ALuminé. El primero nos ofrece situaciones distintas: también tiene mucha velocidad pero es menos profundo, hay más pedreros accesibles y tiene más sauces en su costa, lo que lo hace más amigable en días de sol y calor como los que nos tocó vivir en esta zona. Se presentó mejor la pesca aquí con línea de flote y ninfas, especialmente al anochecer, donde, después de una eclosión, la mosca adecuada rindió mucha diversión.

La noche nos reunía, al igual que la mañana, con los Canuillán. Historias de familia y de la comunidad, pasadas y presentes, se mezclaban en el aire con los sonidos de los cabritos, ovejas, pollos y vacas de su propiedad, en ese pedazo de país sin electricidad, teléfono, gas ni otras comodidades a las que nosotros, en esa oportunidad, no estábamos extrañando.

Una vez de vuelta, sí extrañamos la posibilidad de compartir lugares y momentos como este, entre amigos, que sólo nos brinda la pesca deportiva.-

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